miércoles, 17 de julio de 2013

Mayoría absolutista


Hubo un tiempo en que la sociedad se dividía entre quienes trabajaban, oraban y mandaban. En la edad media, sin una gran cohesión territorial ni sentimiento de país, al menos no como se entiende hoy en día, unos nobles peleaban con otros nobles en busca del poder. Los territorios se aglutinaban en torno al señor de turno, y se unían y dividían en función de conquistas hasta formar, más o menos, eso que ahora conocemos como países europeos.

Los nobles vivían de la extracción de recursos de la economía mediante la fuerza. Cada uno era dueño de lo que podía defender. Los que oraban no podían (en teoría, aunque no siempre fue así) recurrir a la fuerza. Así que, instando a un poder superior, intrigaban entre los violentos para mantener sus propios derechos y tierras. Y se crearon los lobbys y las financiaciones interesadas, legales o no. También extraían de la economía recursos, de forma pasiva, como los nobles, aunque en su favor hay que decir que en ciertos aspectos, también producían. No eran del todo una sanguijuela a nivel económico.

Luego vino la revolución francesa, y cambió eso de que las estirpes hereditarias sangrasen a los que trabajaban mediante el uso de la fuerza. Se instauró eso que llaman democracia, con la declaración de los derechos del hombre. De todos los hombres.

Y con unos siglos más llegamos hasta el momento actual. Y no ha cambiado nada. Las estirpes familiares han aprendido a reciclarse. A cambiar para que nada cambie.

Los políticos son una especie de nobles del siglo XX, y XXI. Estirpes familiares que se perpetúan en el poder y que viven del trabajo de los demás a través de la administración del poder en beneficio propio. Todo el juego político, incluidas las elecciones, no es más que una intriga palaciega que les permite repartirse el poder. Estamos en la edad media. Sólo que hemos sustituido la violencia por unas sangrientas guerras soterradas, invisibles. Y es que, como decía Charles Baudelaire “El truco más grande que el diablo jamás hizo, fue convencer al mundo de que no existía”, aunque se la publicitó Kevin Spacey en Sospechosos Habituales.
Los partidos políticos tienen, sin excepción, una imagen externa de unidad. Tal es así, que el hecho de que haya una disonancia interna, una opinión diferente, aparece al día siguiente en los diarios con estas palabras: crisis interna. Tal es el concepto que tenemos de democracia, de respeto a las ideas diferentes.

Dentro de los partidos, a puerta cerrada, se producen guerras de señores feudales, barones los llaman ahora. Intrigas palaciegas dentro del mismo bando, que luchará con otro bando, con sus mismas intrigas internas. Cualquiera de los dos utilizará la guerra interna del otro para airearla a los cuatro vientos, en un intento de desestabilizar. El objetivo, llegar al poder, filtrarlo en beneficio propio y vivir bien.

Así podemos ver en el parlamento apellidos repetidos en el tiempo con distinta cara y a veces género.  No es raro ver en el tiempo gallardones y fabras en los mismos cargos políticos. El de Castellón tiene en la diputación un árbol genealógico de presidentes. Se han ido pasando la vara de mando de uno a otro. Incluso se permite preguntar a sus nietas, y quien sabe si futuras presidentas de la Diputación de Castellón, que les parece el aeropuerto del abuelo. SU aeropuerto.

Otros en Galicia, en la Diputación de Ourense, sustituyen a sus padres en el poder sin solución de continuidad. Y así Baltar entra en la lista de apellidos ilustres que se perpetúan en el poder. Entran en la lista noble.
Tenemos así un elenco de políticos de raza, de profesión y de cuna. Que nunca han hecho otra cosa, como la ministra de empleo, Fátima Báñez, que nunca tuvo un empleo fuera del ámbito del PP. Se entra en las juventudes o en las nuevas generaciones como pajes, con la esperanza de un día ser noble. Se aspira a tener esa pátina de nobleza que permite a la Mato, por ejemplo, afirmar sin rubor que el mejor momento del día es cuando ve como visten a sus hijos. Y eso sin ser Luis XIV. ¿Hay algo que rezume más nobleza?

Pero la nobleza es una planta parásita de la economía. Extrae, utiliza el poder en beneficio propio. Naseiro, Bárcenas, Filesa, CIU, Millet, el Palau... El diablo se está despistando y deja demasiadas veces el rabo a la vista. Con las plantas parásitas tal vez no se pueda acabar nunca. Pero de vez en cuando es necesario quemar las plantas infectadas para ver crecer a las nuevas sin parásitos.

Hacen falta nuevos aires en el congreso, hace falta una revolución francesa que acabe con los estamentos medievales. Hace falta echar a los rivales aparentes y socios de interés. Los nobles de las casas del PPSOE deben salir a tomar el aire... para que el aire fresco pueda entrar, a ser posible con la suficiente fuerza para arrasar los antiguos mecanismos de reparto del poder... 


Supongo que lo más a lo que se puede aspirar es a las quemas a intervalos y disfrutar de los periodos de crecimiento de las plantas jóvenes y sin enfermedades aún, porque parece ser que habremos de darle la razón a Lord Acton, que recogiendo La Republica de Platón afirmó aquello de que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Yo, mientras, prefiero seguir siendo, como dijo el gran poeta y filósofo Robe Iniesta, material defectuoso y minoría absoluta.

1 comentario:

  1. Una gran loa a la razón, a la coherencia intelectual a la hora de valorar la insensatez de nuestros políticos.
    Santo Tomás de aquino describe (ya en el siglo XIII) varios tipos de tontos, los efectos que se derivan de cada uno de ellos e incluso aporta algunas curiosas soluciones para sanar la tontería… no es lo mismo un insipiente (falto de sabiduría o ciencia) que un estólido (falto de razón y discurso); resulta más problemático, por ejemplo, tratar con un fatuo (el tonto que se cree listo) que con un necio (el tonto que no sabe que lo es) y desde luego es toda una tragedia depender de un insensato (un fatuo que, además, tiene poder).
    Actualmente dependemos de estos últimos!

    Saludos
    Mark de Zabaleta

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